El
encuentro entre maestro y discípulo ha estado determinado por la incomprensión
de la muerte de Jesús por parte de Simón.
Para
los discípulos la muerte es un signo de fracaso total y Jesús intenta
mostrarles la condición del hombre que pasa por medio de la muerte.
Para
esto, seis días después de estos hechos, “se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y
a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. Allí se
transfiguró delante de ellos. (Mt 17,1-2).
Jesús
toma consigo a Simón, que el evangelista presenta únicamente con el sobrenombre
(Pedro), indicando así que el discípulo será una vez más un obstáculo
para Jesús.
La
indicación de lugar (“un monte alto”) es semejante a aquella ya aparecida en el
episodio de las tentaciones en el desierto: Satanás, el tentador, había
transportado a Jesús a lo alto de “un monte altísimo» ofreciéndole “todos los
reinos del mundo con su gloria, diciéndole: Te daré todo eso si te postras y me
rindes homenaje” (Mt 4,8-9).
Esta
vez es Jesús quien toma consigo al tentador y lo conduce sobre un “monte alto»,
lugar de la manifestación divina, donde tiene una “metamorfosis”, durante la
cual su rostro “brillaba como el sol» (Mt 17,1-2), expresión que indica la
plenitud de la condición divina (Mt 13,43).
Con
estas imágenes el evangelista intenta mostrar en Jesús la condición del hombre
que ha pasado por la muerte: ésta no sólo no disminuye la persona, sino que le
permite manifestar su máximo esplendor.
Jesús
muestra que la verdadera gloria del hombre no se consigue por medio del poder,
sino con el don total de la propia vida.
Durante
esta metamorfosis “se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él» (Mt 17,3).
Moisés,
el legislador, y Elías, el mayor profeta, representan las promesas del pasado
que Dios había manifestado por medio de la Ley y los Profetas, de los que éstos
son sus supremos representantes.
También,
en esta situación, Pedro continúa haciendo de tropiezo, comportándose
"como los hombres» y no "como Dios» (Mt 16,23), persistiendo en el
papel de tentador con relación a Jesús: -Intervino Pedro y le dijo a Jesús: “Señor, viene muy bien que estemos
aquí nosotros; si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés
y otra para Elías” (Mt 17,4).
La
suspirada espera del liberador de Israel había llevado a creer que el Mesías se
manifestaría en una de las fiestas más populares, la “fiesta de las tiendas»,
durante la cual los hebreos habitaban siete días en tiendas en recuerdo de la liberación
de la esclavitud de Egipto.
Pedro
invita a Jesús a manifestarse en esta fiesta ("haré aquí tres tiendas”)
saliendo así al encuentro de las esperanzas del pueblo.
De los
tres personajes, Pedro no coloca a Jesús en el centro, el puesto más importante,
sino a Moisés (“una para ti, otra para Moisés y otra para Elías-), Según Pedro,
Jesús debe manifestarse como el Mesías esperado y, por esto, debe acomodarse a
la Ley, proclamada por medio de Moisés e impuesta con el violento celo
religioso del profeta Elías.
«Todavía
estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y dijo una
voz desde la nube: “Éste es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo”
(Mt 17,5).
La
intervención divina interrumpe bruscamente a Pedro "mientras estaba
hablando».
Dios
confirma lo
anunciado en el momento del bautismo de Jesús: Él es “el Hijo amado» (Mt 3,17),
expresión hebrea con la cual se indica al hijo único, aquél al que «nombró heredero
de todo .. (Heb 1,2).
El
imperativo dado por Dios (“Escuchadlo”) no admite excepciones: es a Jesús a
quien hay que escuchar y no a Moisés o a Elías.
Pero
Pedro no escuchará al Señor y continuará siendo su satanás.
Al término de la última cena, Jesús
advierte a sus discípulos que, por el momento, ninguno de ellos será
capaz de seguirlo.
Pedro
no sólo no desmiente a Jesús ("aunque tenga que morir contigo, jamás
renegaré de ti”), sino que persiste en el papel de Satanás divisor, arrastrando
a los otros discípulos a su protesta (“Y los demás discípulos
dijeron lo mismo», Mt 26,35).
La
última vez que Simón Pedro aparece en el evangelio de Mateos es para Constatar
su propia traición.
Si
todos los discípulos huyeron y abandonaron a Jesús a su destino, Pedro
ha sido el único en renegar completamente de su maestro recurriendo incluso a
juramentos e imprecaciones (“Entonces Pedro se puso a echar maldiciones y a
jurar», Mt 26,74).
Y, con
la traición, Simón Pedro sale definitivamente de la escena evangélica y no
reaparecerá más: “Y saliendo fuera, lloró amargamente» (Mt 26,75),Pedro
llora desesperado, como llora quien ha perdido toda esperanza, viendo
naufragadas todas sus expectativas.
Mientras
en el evangelio de Mateo es ésta la última dramática vez en la que Simón Pedro
aparece, el evangelio de Marcos se cierra con una ulterior posibilidad ofrecida
al discípulo traidor.
A las mujeres
que fueron al sepulcro para “embalsamar el cuerpo de Jesús” (Mc 16,1) se les confirma
que Cristo ha resucitadoEste anuncio
debe ser comunicado a los discípulos del Señor, pero de modo especial a Pedro (“Decid
a sus discípulos y, en particular, a Pedro: “Va delante de vosotros a Galilea; allí
lo veréis, como os había dicho”, Mc 16,8).
Si Pedro
ha renegado de Jesús, el Señor le permanece fiel.
El discípulo
es invitado a recorrer de nuevo las etapas de su llamada, partiendo de Galilea donde,
por primera vez, había encontrado a Jesús que lo había llamado a ser “pescador
de hombres. (Mc 1,17).
Como entonces
había dejado las redes y seguido a Jesús, así ahora debe librarse de las redes del
miedo y del remordimiento, en las que ha quedado atrapado y, finalmente, seguir
a su Señor.
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