5/31/2013

SIMÓN CABEZADURA. La espada de Pedro.



La primera vez que Simón es nombrado por el evangelista con el sobrenombre de “Pedro” tiene lugar durante la última cena, cuando Jesús lava los pies a los discípulos. 

En esta acción Jesús choca con un claro rechazo por parte de Simón: “Le dijo Pedro: No me lavarás los pies jamás” (Jn 13,8). 

Lavar los pies era una obligación de los inferiores con relación a sus patronos, del esclavo hacia su señor, de la mujer hacia su marido, de los hijos hacia sus padres y de los discípulos hacia su maestro. 

Simón se opone, porque ha comprendido perfectamente el significado del gesto de Jesús, “el Maestro” (Jn 13,14) que, en lugar de hacerse lavar los pies por los discípulos, se hace siervo y le lava los pies. 

Pedro ha comprendido que Jesús, lavando los pies a los discípulos, no está dando una lección de humildad, sino demostrando su verdadera grandeza que consiste en servir a los otros. 

Simón, que ambiciona el papel de líder del grupo, rechaza el servicio de Jesús, porque sabe que, si lo acepta, también él deberá hacer lo mismo para con los otros discípulos (“Os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también entre vosotros”, (Jn 13,15). 

Pedro no permite que Jesús se abaje, porque él mismo no está dispuesto a abajarse y frente a la amenaza de Jesús.

(“Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo», Jn 13,8) juega la carta del rito purificador semejante al que los judíos hacían por Pascua: “Simón Pedro le dijo: “Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza» (Jn 13,9). Pedro quiere transformar la acción de Jesús en un rito, vaciando de significado el gesto de su maestro. 

Pero Jesús no cede. 

Para el Señor, la pureza no se consigue con un rito, sino por el servicio prestado a los otros. 

Al término de la cena, Simón vuelve a contradecir al Señor, que le había dicho hacía poco claramente: “Adonde me voy no eres capaz de seguirme ahora, pero, al fin, me seguirás” (Jn 13,36). 

Pedro, que se opone a Jesús y rechaza dejarse lavar los pies, porque no está dispuesto a servir a sus hermanos, no está en sintonía con el amor de Jesús y no puede seguirlo en el don total de sí mismo. 

Discípulo presuntuoso que cree conocerse mejor de lo que lo conoce Jesús: “Señor, ¿por qué no soy capaz de seguirte ya ahora? Daré mi vida por ti » (Jn 13,37). 

Simón no ha comprendido que Jesús no pide la vida a los hombres, sino que es él mismo quien la da a todos. No entiende que no se trata de dar la vida por Jesús, sino de darla con él a los hermanos. 

“Replicó Jesús: ¿qué vas a dar tu vida por mí? Pues sí, te lo aseguro: Antes que cante el gallo me habrás negado tres veces» (Jn 13,38). 

Que Simón no sea capaz de seguir a su maestro se ve claramente en el momento del prendimiento de Jesús cuando, una vez más, este discípulo será nombrado con el solo sobrenombre de “Pedro » (Jn 18,11). 

Durante la cena, Jesús había dicho a sus discípulos que el único distintivo de los discípulos era un amor como el suyo, capaz de hacerse don: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros» (Jn 13,35). 

En realidad, lo que distingue a Simón de los otros discípulos es ser el único que tiene armas y el único que reacciona con violencia en el prendimiento de Jesús: «Entonces, Simón Pedro, que llevaba un machete, lo sacó, agredió al siervo del sumo sacerdote y le cortó el lóbulo de la oreja derecha» (Jn 18,10). 

Su bravuconada no es aprobada por Jesús, que le ordena inmediatamente: “Mete el machete en su funda” .. (Jn18,11). 

Poco después, mientras el Señor, hecho cautivo, se encara con el sumo sacerdote, denunciando la injusticia cometida en contra suya, Simón se derrumba delante de un siervo: “¿No te he visto yo en el huerto Con él? De nuevo lo negó Pedro y, en seguida, cantó un gallo” (Jn 18,26-27). 

Jesús había enseñado y demostrado que el servicio hace libres a los hombres y que, quien no 10 acepta, sigue siendo siervo. 

Pedro, que no acepta el servicio, sigue siendo un siervo entre los siervos: “Estaba también Pedro con ellos, allí parado y calentándose” (Jn 18,18). 

Pedro, aparentemente libre, es, en realidad, prisionero de su miedo, mientras Jesús, atado, no ha perdido su libertad.

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