La
denuncia que Jesús hace del templo de Jerusalén como -cueva de ladrones. (LC
19,46) encuentra estrechos paralelos en los escritos de la época.
Flavio
Josefo, historiador contemporáneo de los evangelistas, describiendo las grandes
tensiones dentro del clero, afirma que existía -una mutua enemistad y lucha de
clases entre los sumos sacerdotes de una parte y los sacerdotes de Jerusalén,
de la otra. Cuando se enfrentaban entre ellos, usaban un lenguaje injurioso y se
golpeaban unos a otros con piedras (Antigüedades, 20, 180).
Estas
disputas se debían a la glotonería de los sumos sacerdotes, que llegaban
incluso a robar las pieles de los animales inmolados en el Templo que debían ser repartidas cada tarde entre los
sacerdotes (Pes. B. 57a).
Su
avidez era tal que -no dudaban en mandar a sus siervos a las eras, una vez
trillado el grano, y en retirar el diezmo debido a los sacerdotes, con el
resultado de que los más necesitados entre éstos morían de hambre » (Antigüedades
20,181).
Los
hambrientos sacerdotes se resarcían durante su turno de servicio en el Templo y
se hinchaban devorando la carne de los animales sacrificados.
La
enorme ingestión de carne, unida a la prohibición de beber vino durante el
periodo de servicio, daba lugar a frecuentes indigestiones hasta el punto de
que, en el templo, un médico se encargaba de curar sus dolores de vientre.
Nada
extraño que en este ambiente fuese difícil encontrar manifestación de fe, como
describe Lucas al comienzo de su evangelio.
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