A esta
pareja, tan piadosa como estéril, se le presenta la ocasión de cambiar su
propia situación. De hecho, escribe el evangelista, -mientras Zacarías prestaba
su servicio sacerdotal ante Dios en el turno de su sección, le tocó entrar en
el santuario del Señor a ofrecer el incienso, según la costumbre del sacerdocio-
(Lc 1,8-9).
A
Zacarías se le brinda una ocasión única: el que ha sido elegido una vez no
puede entrar nunca más en sorteo hasta que todos los sacerdotes de las
veinticuatro categorías no hayan sido también sacados a sorteo; nunca ningún
sacerdote había ofrecido el incienso dos veces en su vida.
Siendo esta
misión muy ambicionada, los sacerdotes hacían lo imposible por podérsela
adjudicar recurriendo a toda clase de embustes, y se habían dado casos en los
que un concurrente había eliminado a otro -clavándole un cuchillo en el corazón.
(Tos. Yoma, 1,12).
El
incienso se quemaba en el interior del -Santo- (la parte del templo reservada a
los sacerdotes) al despuntar del día y al principio de la tarde. -El sacerdote derramaba
el incienso aromático sobre los carbones del altar y la casa entera se llenaba
del humo» (Yoma M., 5,1), después se detenía brevemente en oración.
En este
momento solemne e irrepetible de su vida, en un contexto donde todo es sagrado,
«se le apareció a Zacarías el ángel del Señor» (Lc 1,11), que le anuncia que su
oración ha sido escuchada.
La
escucha favorable no mira tanto al nacimiento de un hijo, que Zacarías e Isabel
no esperan ya poder tener, sino a la liberación del pueblo, .. la salvación de nuestros
enemigos y de la mano de todos los que nos odian- (Lc 1,71). Y este es el motivo
por el que -muchos se alegrarían de su nacimiento- (Lc 1,14).
Al hijo,
cuya misión será la de -preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1,17),
Zacarías deberá ponerle el nombre de Juan que, en hebreo, significa -Yahvé ha
otorgado gracia.
Zacarías
se desconcierta.
Había
entrado en el Santuario para llevar a cabo un rito bien concreto, del que todo
tipo de novedad estaba ausente y las sorpresas quedaban excluidas.
En los
textos litúrgicos, que seguía escrupulosamente, no estaba prevista aquella
incursión de Dios.
Las
palabras del ángel contienen novedades que Zacarías no comprende.
Una
tradición secular enseñaba que al primogénito varón se le imponía el nombre del
abuelo o del padre, quien, con su nombre, le transmitía también la tradición y
la religiosidad de la familia.
¿Por
qué poner al hijo que va a nacer un nombre que ninguno de sus parientes lleva?
Pero el
ángel prosigue con las novedades, anunciando a Zacarías que la misión de Juan
será la de -reconciliar a los padres con los hijos. (Lc 1,17).
¿Y qué
decir de los hijos hacia los padres?
El
ángel ha citado el fin del libro de Malaquías, en el cual se describe la acción
del profeta Elías, enviado por Dios "para reconciliar el corazón de los
padres con los hijos”, pero ha omitido el anuncio de la conversión del "corazón
de los hijos hacia los padres. (Mal 3,24).
El
sacerdote Zacarías se esfuerza por comprender que ha comenzado una época nueva,
en la que los hijos no serán ya obligados a aceptar las tradiciones de los padres,
sino que serán los padres quienes deberán cambiar su mentalidad para acoger la
novedad traída por los hijos, como el vino nuevo que no puede contenerse en los
viejos odres, sino que tiene necesidad de odres nuevos.
Es
demasiado para el pobre Zacarías que protesta y responde al ángel que no, que
eso no va con él: -Yo soy viejo ya y mi mujer de edad avanzada. (Lc 1,18).
A las
objeciones de Zacarías, el ángel responde: "Yo soy Gabriel» (Lc 1,19).
Zacarías
no se ha dado cuenta de con quien está hablando: "Yo soy' es el nombre que
Dios ha revelado a Moisés en el episodio de la zarza ardiente (Éx 3,14), y -Gabriel-
en hebreo significa: -Fuerza de Dios.
Pero el
sacerdote, perfecto observante de todas las leyes y prescripciones del Señor,
preparado para hablar a Dios en el rito, una vez que Dios le ha hablado en la
vida, no lo cree.
Tanta
observancia y tanto culto no han sido capaces de darle la fe.
Y, por
esto, se queda mudo.
Está
mudo, porque es sordo.
Un
sacerdote, que no cree la “buena noticia » traída de parte de Dios, no tiene
nada que transmitir al pueblo. Pero, no obstante la imposibilidad de hablar,
Zacarías permanece en el Santuario todo el periodo que se le asignó para el servicio
litúrgico: a la institución religiosa, un sacerdote mudo no le crea ningún
problema.
Si el
Templo es el lugar de la incredulidad del sacerdote, la casa de Zacarías será
el lugar de la fe del profeta.
La
ocasión se le presenta con el nacimiento del hijo, que los padres -se empeñaban
en llamarlo Zacarías, por el nombre de su padre. (Lc 1,59).
Pero
esto es impedido por la inesperada intervención de Isabel que, -llena de
Espíritu Santo » (Lc 1,41), impone que se llame Juan (Lc 1,60).
De nada
valen las protestas escandalizadas de los parientes, pues el nombre es
ratificado por el padre Zacarías,
ahora descrito como un sordomudo al que deben preguntarle "por señas cómo
quería que se llamase. (Lc 1,62), escribe su respuesta en una tablilla: -Su
nombre es Juan. (Lc 1,63).
El
desconcierto es general: -todos quedaron sorprendidos- (Lc 1,63).
No se
había visto hasta ahora una mujer imponer el nombre al hijo (esto era derecho
de los padres) y, mucho menos, un sacerdote, hombre del culto y del pasado, romper
con la tradición.
Zacarías,
abandonado finalmente el pasado, recupera la palabra y profetiza "lleno de
Espíritu Santo. (Lc
1,67).
1,67).
El
sacerdote ha dejado el puesto al profeta.
El hijo
que ha nacido no será obligado a entrar en las categorías religiosas paternas, porque
ha sido el padre quien ha cambiado y ha acogido la novedad del hijo.
Con tal
padre y tal madre, los vecinos “llenos de temor», se preguntan alarmados: «¿Qué
irá a ser este niño, y por toda la región corrió la noticia de estos hechos» (Lc
1,65-66).
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