“Hombre
de poca fe” es una expresión judía, con la que se reprocha a quien está tan
ansioso del futuro que no es capaz de disfrutar del momento presente: “Quien tiene
un pedazo de pan en el cesto y se pregunta: '¿Qué comeré mañana?' es un hombre de
Para fe» (Sota 48b).
También
en los evangelios la "poca fe” es fruto de una preocupación por el futuro que
impide apreciar el presente.
Y la
expresión”-hombres de poca fe” está siempre relacionada con el ansia constante
de los discípulos, que se preguntan: -¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?
o ¿con qué nos vamos a vestir? (Mt 6,31).
Estos
discípulos son aquéllos que Jesús llamó e invitó a seguirlo para que fuesen
pescadores de hombres (“Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”, Mt
4,20). Pero, abandonadas las redes para la pesca que les aseguraba el sustento
cotidiano, se han enredado en la red de “Mammón” (Mt 6,24), la inquietud por el
futuro que les hace ver en la acumulación de bienes la solución de todos los problemas.
El
ansia por el mañana hace a los discípulos incapaces de realizar la única cosa
para la cual Jesús los había llamado, para ser -pescadores de hombres- (Mt 4,19).
Jesús
los ha invitado a liberar a las personas (“expulsar los espíritus inmundos”, Mt
10,1), pero la única vez que ellos encuentran la ocasión de hacerla resultan
impotentes: -¿Por qué razón no pudimos echarlo nosotros? Y él les contestó: “'Os
aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza le diríais a ese monte que
se moviera más allá y se movería. Nada os sería imposible'» (Mt 17,19-20).
En
lugar de trabajar por extender el reinado de Dios, actividad que habría garantizado
la abundancia de todas las cosas, los discípulos buscan las cosas y se olvidan
del reino: “El agobio de esta vida y la seducción de la riqueza ahogan la Palabra
y ésta se queda estéril”. (Mt 13,22). y Jesús, pacientemente, intenta infundir
en ellos la confianza plena en un Padre que, si alimenta incluso a los animales
considerados insignificantes como -los pájaros del cielo», o impuros como los “cuervos”
(Lv 11,14; Lc 12,24), “que ni siembran, ni siegan ni almacenan en graneros» (Mt
6,26), ¡cuánto más se ocupará de aquellos que siembran, siegan y recogen!
Para
hacer comprender mejor a los discípulos la preocupación del Padre por ellos, Jesús
les propone una doble comparación: de un lado Salomón, el rey megalómano que pasó
a la historia por el lujo desenfrenado de su corte y por su palacio revestido
de oro, hasta el punto de que en su tiempo “consiguió que en Jerusalén la plata
fuera tan corriente como las piedras y los cedros como los sicómoros de la
Sefela”; por otro, los lirios del campo, las flores más comunes, cuya floración duraba apenas un día. Y, sin embargo, afirma Jesús que “ni
Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como cualquiera de ellos. Pues si a
la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, la viste
Dios así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? (Mt 6,28-30).
Por
estos motivos Jesús invita a los discípulos a “no andar preocupados por el
mañana, porque el mañana se preocupará de sí mismo” (Mt 6,34).
Jesús
les asegura que, como han experimentado en el pasado el amor de Dios, la
solicitud del Padre está garantizada también para el futuro, en cualquier
circunstancia.
Pero
sus palabras caen en vacío.
Los discípulos
siguen sin comprender y, en la primera situación de dificultad, vuelve a aparecer
su poca fe.
Durante
la violenta tempestad en el lago, mientras la barca en la que Jesús estaba con
los discípulos “desaparecía entre las olas- (Mt 8,24), éstos, llenos de pánico,
despiertan a Jesús (que, sin embargo, duerme) y gritan: -¡Sálvanos, Señor, que perecemos! Y
él les dijo: ¿Por qué sois cobardes? ¡qué poca fe” (Mt 8,25-26).
El
evangelista no solo subraya que su grito de auxilio no es expresión de fe, sino
que, sin más, la fe está ausente de ellos casi del todo.
Los
discípulos creen tener que despertar a Jesús, pero en realidad la que debía
despertarse era su fe en él.
Su
falta de fe se debe al poco conocimiento que tienen de Jesús. De hecho, “llenos
de estupor» se preguntan luego: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar
le obedecen? (Mt 8,27)” Incluso siendo discípulos y compartiendo la vida con Jesús,
no han comprendido todavía que aquél a quien siguen es el “Dios con nosotros» (Mt
1,23).
A pesar
del severo reproche de Jesús, Pedro hace la misma petición de auxilio por
segunda vez cuando intenta caminar sobre el agua: “Al sentir la fuerza del viento,
les entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor! Jesús extendió en
seguida la mano, lo agarró y le dijo: “ ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” (Mt
14,30-31).
Ambas
veces la falta de fe se debe al miedo por un suceso que los discípulos viven
como especialmente peligroso.
Jesús
ha hecho partícipe a sus discípulos de los dos repartos de panes y peces, en
los que no sólo “todos comieron hasta quedar saciados “ (Mt 14,20; 15,37), sino
que quedaron doce cestas llenas de sobras (Mt 16,7).
Y Jesús,
una vez más, tiene que reprenderlos por su torpeza de entendimiento: “¿Por qué
os decís entre vosotros, gente de poca fe, que no tenéis pan? ¿No acabáis de
entender?, ¿no recordáis los cinco panes de los cinco mil y cuántos cestos
recogisteis?, ¿ni los siete panes de los cuatro mil y cuántas espuertas
recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no hablaba de panes” (Mt 16,8-11).
La fe
que Jesús intenta suscitar en los suyos es la que nace de la experiencia de un
Dios siempre a favor de los hombres, de un Padre que sabe qué es lo que éstos
necesitan, antes aún de que se lo hayan requerido (Mt 6, 8).
La fe en
este Padre no elimina las inevitables dificultades que la vida presenta, sino
que da a los hombres una capacidad y una fuerza distinta para afrontarlas y
vivirlas: éstos saben que “con los que aman a Dios ... él coopera en todo para su
bien» (Rorn 8,28).
Cuando “Dios
está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? ... ¿Quién podrá privamos
de ese amor del Mesías? .. ¿Acaso la tribulación, la angustia, la persecución, el
hambre, la desnudez, el peligro, la espada? ... Nada podrá privamos de ese amor
de Dios, presente en el Mesías Jesús, Señor nuestro» (Rom 8,31.35.39).
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