El
carácter confiado de Andrés y el realismo de Felipe emergen en el primero de
los dos episodios en los que estos dos discípulos aparecen juntos.
“Estaba
cerca la Pascua, la fiesta de los Judíos. Jesús levantó los ojos y, al ver que
una gran multitud se le acercaba, se dirigió a Felipe: -¿Con qué podríamos
comprar pan para que coman éstos? (Lo decía para ponerlo a prueba, pues él ya
sabía lo que iba a hacer” (Jn 6,4-6).
Felipe,
calculando que los presentes eran unos cinco mil, responde con su habitual
realismo que “doscientos denarios de plata no bastarían para que a cada uno le
tocase un pedazo» (Jn 6,7).
Haría
falta un milagro.
Un
milagro como aquél llevado a cabo por el profeta Eliseo que, con veinte panes
de cebada, consiguió quitar el hambre a cien personas (2 Re 4,42-44) o, mejor
aún, como aquel de Moisés en el desierto cuando hizo “llover pan del cielo” (Ex
16,4) saciando de este modo al pueblo hambriento.
Si
Jesús es verdaderamente el Mesías esperado, repetirá este prodigio y -bajará de
nuevo de lo alto el depósito del maná” (Ap. Baruc 29,8).
Jesús, “que
sabía lo que iba a hacer” (Jn 6,6), habiendo mandado recostarse a la gente, “tomó
los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían” (Jn, 6,11).
Más
realista que Felipe, Jesús tomó lo poco que tenía a disposición y, más soñador
que Andrés, “pronunció una acción de gracias”, reconociendo que panes y peces
son dones de la creación que se comparten entre todos para prolongar la
actividad del Dios Creador.
Por
esto no pidió, como Moisés, que lloviese “pan del cielo”.
Para
saciar el hambre de la gran multitud basta compartir el pan que tiene el grupo.
La comunidad de Jesús está constituida por “los pobres que enriquecen a muchos,
los necesitados que todo lo poseen” (2 Cor 6,10).
Y aquel
poco que el grupo de discípulos tenía se convierte en mucho una vez que es
puesto a disposición de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario