7/31/2013

LOS HIJOS DEL TRUENO (Lc 9,51-56). Santiago y Juan.



Invitando a los discípulos a seguirlo, Jesús había puesto  como condición romper toda dependencia de su padre para llegar a ser hijos del único padre, “el del cielo” (Mt 19,29). 

Santiago y Juan han intentado hacerla (“Dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los asalariados y se marcharon con é”-, Mc 1,20), pero no lo han logrado y han seguido siendo “los hijos de Zebedeo”. 

Este padre aparece como la figura embarazosa que domina toda la existencia de los dos hermanos, presentados en el evangelio de Juan sin su nombre, sólo como “los hijos de Zebedeo” (Jn 21,2). 

Zebedeo es padre y patrono de los hijos, que trabajan para él junto con otros asalariados, formando sociedad con Simón (Lc 5,10) 

Los hijos de Zebedeo son inseparables. 

Mientras Simón y Andrés, la primera pareja de hermanos llamada por Jesús, no aparecerán nunca más juntos, Santiago y Juan están siempre unidos. 

Junto a Simón, a quien Jesús dio el sobrenombre de “piedra” (Mt 16,18), Santiago y Juan serán los únicos discípulos a los que el Señor pondrá un sobrenombre: “a éstos les puso de sobrenombre 'Boanerges', es decir, 'Truenos´ [rayos]» (Mc 3,17), subrayando su carácter belicoso. 

Empujados por la ambición, los dos hermanos siguen a Jesús esperando compartir el triunfo glorioso en Jerusalén. 

Gloria que no pretenden repartir con ninguno, ni con su socio de negocios, Simón, ni mucho menos con el resto del grupo de los discípulos. 

Ahora, avistando Jerusalén, Jesús trata de hacerles comprender, por tercera y última vez, que en la ciudad santa no le esperan festejos, sino persecuciones, porque «el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, le condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará» (Mc 10,33-34). 

Como si hubiese hablado al viento, las palabras de Jesús no son recibidas por Santiago y Juan, porque «su ánimo es interesado" (Ez 33,31). 

La ambición que los domina hace ciertamente que, incluso teniendo «oídos para oír» (Ez 12,2), y mientras Jesús habla de su destino, los hijos de Zebedeo interrumpan los lúgubres pronósticos del maestro para afrontar la cuestión que llevan muy dentro: “Maestro, queremos que lo que te pidamos lo hagas por nosotros” (Mc 10,35). 

En realidad no van a Jesús para pedir, sino para imponer (“queremos…”).

Jesús ha hablado de muerte y ellos piensan en la gloria: “Concédenos sentamos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda el día de tu gloria" (Mc 10,35).

Jesús replica a ellos que la gloria, la verdadera, se manifestará en la cruz. Pero, al lado del crucificado, no estarán estos dos discípulos, sino -dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda» (Mc 15,27).

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