Invitando
a los discípulos a seguirlo, Jesús había puesto como condición romper toda dependencia de su padre
para llegar a ser hijos del único padre, “el del cielo” (Mt 19,29).
Santiago
y Juan han intentado hacerla (“Dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los
asalariados y se marcharon con é”-, Mc 1,20), pero no lo han logrado y han seguido
siendo “los hijos de Zebedeo”.
Este padre
aparece como la figura embarazosa que domina toda la existencia de los dos hermanos,
presentados en el evangelio de Juan sin su nombre, sólo como “los hijos de Zebedeo” (Jn 21,2).
Zebedeo
es padre y patrono de los hijos, que trabajan para él junto con otros asalariados,
formando sociedad con Simón (Lc 5,10)
Los hijos
de Zebedeo son inseparables.
Mientras
Simón y Andrés, la primera pareja de hermanos llamada por Jesús, no aparecerán
nunca más juntos, Santiago y Juan están siempre unidos.
Junto a
Simón, a quien Jesús dio el sobrenombre de “piedra” (Mt 16,18), Santiago y Juan
serán los únicos discípulos a los que el Señor pondrá un sobrenombre: “a éstos les
puso de sobrenombre 'Boanerges', es decir, 'Truenos´ [rayos]» (Mc 3,17), subrayando
su carácter belicoso.
Empujados
por la ambición, los dos hermanos siguen a Jesús esperando compartir el triunfo
glorioso en Jerusalén.
Gloria
que no pretenden repartir con ninguno, ni con su socio de negocios, Simón, ni
mucho menos con el resto del grupo de los discípulos.
Ahora,
avistando Jerusalén, Jesús trata de hacerles comprender, por tercera y última
vez, que en la ciudad santa no le esperan festejos, sino persecuciones, porque
«el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados,
le condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, lo azotarán
y lo matarán, pero a los tres días resucitará» (Mc 10,33-34).
Como si
hubiese hablado al viento, las palabras de Jesús no son recibidas por Santiago
y Juan, porque «su ánimo es interesado" (Ez 33,31).
La ambición
que los domina hace ciertamente que, incluso teniendo «oídos para oír» (Ez 12,2),
y mientras Jesús habla de su destino, los hijos de Zebedeo interrumpan los lúgubres
pronósticos del maestro para afrontar la cuestión que llevan muy dentro: “Maestro,
queremos que lo que te pidamos lo hagas por nosotros” (Mc 10,35).
En realidad
no van a Jesús para pedir, sino para imponer (“queremos…”).
Jesús
ha hablado de muerte y ellos piensan en la gloria: “Concédenos sentamos uno a
tu derecha y el otro a tu izquierda el día de tu gloria" (Mc 10,35).
Jesús replica
a ellos que la gloria, la verdadera, se manifestará en la cruz. Pero, al lado
del crucificado, no estarán estos dos discípulos, sino -dos bandidos, uno a su
derecha y otro a su izquierda» (Mc 15,27).
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