Jesús inicia
la última semana de su vida volviendo a Betania, “donde estaba Lázaro, el muerto
al que él había levantado de la muerte. Le ofrecieron allí una cena» (Jn 12,2).
Esta cena
se une en Juan temáticamente a la otra única cena presente en su evangelio, la “última
cena» (Jn 13,1-2).
En Betania,
la cena en honor de Jesús sustituye el banquete fúnebre con el que se recordaba
al difunto y prefigura la celebración eucarística como acción de gracias al Señor,
fuente de vida: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva» (Jn
6,54).
A
través de la resurrección de Lázaro, la comunidad ha comprendido que la existencia
del creyente no se limita a la vida física, sino que prosigue, sobrepasando el
umbral de la muerte, en la esfera de Dios.
Esta
realidad es festejada con una cena en la que “Marta servía y Lázaro era uno de los
que estaban reclinados con él a la mesa” (Jn 12,2). En esta cena cada participante
realiza una acción: Marta es la que sirve, su hermana unge a Jesús,
Judas protesta y Jesús anuncia su muerte.
De los
cinco personajes presentes el único que no hace nada es Lázaro.
Omitiendo
el sujeto a quien se ofrece la cena, y que puede ser tanto Jesús como Lázaro, (“le
ofrecieron allí una cena», (Jn 12,2), el evangelista une el discípulo al
maestro: es la presencia del Señor la que hace posible la del muerto- resucitado,
que es nombrado sólo en relación con Jesús (“reclinado con él”).
Una vez
que sus hermanas lo han liberado de los lazos de la muerte, Lázaro ha podido ir
al Padre, y ahora, unido a Jesús, puede estar con él presente en la comunidad,
santuario donde se manifiesta la gloria del Señor.
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