8/23/2013

A LA MESA CON EL MUERTO (Jn 12,1-8; 13,21-30). Alergia al Perfume.



En la última cena, Jesús se levantará de la mesa y lavará los pies a los discípulos. 

En Betania es María quien, “tomando una libra de perfume de nardo auténtico de mucho precio, le ungió los pies a Jesús y le secó los pies con el pelo. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Jn 12,3). 

A través de la figura de María, la comunidad expresa a Jesús su reconocimiento por el don indestructible de la vida. 

Los detalles particulares de esta manifestación de sentimiento remiten al Cantar de los cantares, libro del amor por excelencia. 

A la orden del Señor de quitar la piedra del sepulcro, Marta había objetado realistamente: «¡Señor, ya huele mal” (Jn 11,39). 

Una vez quitada la piedra, no es el hedor de la muerte el que enferma a la comunidad, sino el perfume de la vida el que la embriaga. 

A la exagerada cantidad de este ungüento (una libra equivalía a cerca de trescientos cincuenta gramos, corresponde la calidad del mismo, el “nardo auténtico de mucho precio”, perfume que en el Cantar de los cantares expresa el amor de la esposa hacia su rey: “Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume” (Cant 1,12). 

Incluso la especial referencia a los cabellos, con los que María seca los pies de Jesús, remite también al Cantar de los cantares, donde se lee que “tus cabellos de púrpura, con sus trenzas, cautivan a un rey” (Cant 7,6). 

Mientras la comunidad celebra a Lázaro, el muerto que está vivo, la fiesta se ve turbada por Judas, el vivo que está ya muerto. 

Envuelto en el hedor de la muerte, Judas no tolera el olor de la vida y, apenas la casa se llena de aquel perfume, interviene protestando: “¿Por qué razón no se ha vendido este perfume por trescientos denarios de plata y no se ha dado a los pobres? “ (Jn 12,5). 

Es la segunda vez que este discípulo aparece en el evangelio de Juan. En la primera, refiriéndose Jesús a él, lo había denunciado como un diablo: “¿No os elegí yo a vosotros, los Doce? y, sin embargo, uno de vosotros es un diablo”(Jn 6,70). 

En el evangelio de Juan el diablo es definido como aquél que ha sido embustero y homicida “desde el principio” (Jn 8,44). 

Como el diablo, Judas es mentiroso y asesino. Su protesta por la acción de María no nace del hecho de que “le importasen los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban” (Jn 12,6). 

En el evangelio de Juan, la única vez que Judas habla es para defender su cuenta corriente. 

El amor demostrado por la comunidad a Jesús daña el interés de Judas, porque, para él, la ganancia es el valor más importante.

A Judas no le interesan los pobres. La ayuda a los necesitados es sólo un pretexto para robar todavía más.
Judas reprende a María, porque su gesto de amor hacia Jesús ha ido en detrimento de los pobres, pero en realidad es el mismo Judas, en cuanto ladrón, quien causa la pobreza de éstos. 

Definido por Mateo como el hombre que “más le valdría no haber nacido” (Mt 26,24), Judas es el verdadero difunto de esta cena: no teniendo en sí la vida, el discípulo traidor no comprende qué hay que festejar. 

La comunidad, para expresar su reconocimiento al Señor, ha preferido más un signo de amor que el dinero, ya que considera la vida un don “tan precioso» que no tiene precio (el valor del perfume equivale a un año de trabajo de un asalariado). 

Judas prefiere el dinero al amor. 

Por esto el discípulo es presentado por los evangelistas como el traidor de Jesús: haber entregado al maestro a los guardias no es sino el gesto final de una continúa infidelidad a Jesús y a su mensaje. 

Jesús ha enseñado a entregar todo lo que se es y se tiene, comunicando sobreabundancia de vida. 

Judas ha hecho siempre lo contrario: lo que pertenece a los otros lo ha tomado para sí, anteponiendo siempre el propio interés al de los demás. Eligiendo la riqueza al amor, Judas “no merece sino desprecio» (Cant 8,7). 

Jesús pone fin a la polémica de Judas e invita a este discípulo, que parece tener tan dentro los problemas de los pobres, a no limitarse a hacer beneficencia con ellos, sino a acogerlos en la comunidad: a los indigentes no se ha de dar limosna, sino entregarse uno mismo. 

Judas había protestado afirmando que era conveniente dar aquellos dineros a los pobres. 

Jesús le advierte que los necesitados no deben ser objeto de una actividad caritativa de la comunidad, sino los componentes de la misma: -Los pobres los tenéis siempre entre vosotros» (Jn 12,8). 

Judas, no pudiendo apoderarse ahora de los “trescientos denarios” de perfume, intervendrá más tarde vendiendo a Jesús por “treinta monedas de plata” (Mt 26,15), el precio de un esclavo (Éx 21,32).

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