En la
última cena, Jesús se levantará de la mesa y lavará los pies a los discípulos.
En
Betania es María quien, “tomando una libra de perfume de nardo auténtico de
mucho precio, le ungió los pies a Jesús y le secó los pies con el pelo. Y la casa se llenó de la fragancia del
perfume” (Jn 12,3).
A
través de la figura de María, la comunidad expresa a Jesús su reconocimiento por
el don indestructible de la vida.
Los detalles
particulares de esta manifestación de sentimiento remiten al Cantar de los cantares,
libro del amor por excelencia.
A la orden
del Señor de quitar la piedra del sepulcro, Marta había objetado realistamente:
«¡Señor, ya huele mal” (Jn 11,39).
Una vez
quitada la piedra, no es el hedor de la muerte el que enferma a la comunidad, sino
el perfume de la vida el que la embriaga.
A la
exagerada cantidad de este ungüento (una libra equivalía a cerca de trescientos
cincuenta gramos, corresponde la calidad del mismo, el “nardo auténtico de mucho precio”, perfume que en el Cantar
de los cantares expresa el amor de la esposa hacia su rey: “Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo
despedía su perfume” (Cant 1,12).
Incluso
la especial referencia a los cabellos, con los que María seca los pies de Jesús,
remite también al Cantar de los cantares, donde se lee que “tus cabellos de púrpura, con sus trenzas,
cautivan a un rey” (Cant 7,6).
Mientras
la comunidad celebra a Lázaro, el muerto que está vivo, la fiesta se ve turbada
por Judas, el vivo que está ya muerto.
Envuelto
en el hedor de la muerte, Judas no tolera el olor de la vida y, apenas la casa
se llena de aquel perfume, interviene protestando: “¿Por qué razón no se ha vendido este perfume por
trescientos denarios de plata y no se ha dado a los pobres? “ (Jn 12,5).
Es la
segunda vez que este discípulo aparece en el evangelio de Juan. En la primera, refiriéndose
Jesús a él, lo había denunciado como un diablo: “¿No os elegí yo a vosotros,
los Doce? y, sin embargo, uno de vosotros es un diablo”(Jn 6,70).
En el
evangelio de Juan el diablo es definido como aquél que ha sido embustero y
homicida “desde el principio” (Jn 8,44).
Como el
diablo, Judas es mentiroso y asesino. Su protesta por la acción de María no
nace del hecho de que “le importasen los pobres, sino porque era un ladrón, y como
tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban” (Jn 12,6).
En el
evangelio de Juan, la única vez que Judas habla es para defender su cuenta corriente.
El amor
demostrado por la comunidad a Jesús daña el interés de Judas, porque, para él, la
ganancia es el valor más importante.
A Judas
no le interesan los pobres. La ayuda a los necesitados es sólo un pretexto para
robar todavía más.
Judas
reprende a María, porque su gesto de amor hacia Jesús ha ido en detrimento de
los pobres, pero en realidad es el mismo Judas, en cuanto ladrón, quien causa la pobreza de éstos.
Definido
por Mateo como el hombre que “más le valdría no haber nacido” (Mt 26,24), Judas
es el verdadero difunto de esta cena: no teniendo en sí la vida, el discípulo traidor no comprende qué
hay que festejar.
La
comunidad, para expresar su reconocimiento al Señor, ha preferido más un signo
de amor que el dinero, ya que considera la vida un don “tan precioso» que no tiene precio (el valor del
perfume equivale a un año de trabajo de un asalariado).
Judas
prefiere el dinero al amor.
Por
esto el discípulo es presentado por los evangelistas como el traidor de Jesús: haber
entregado al maestro a los guardias no es sino el gesto final de una continúa infidelidad a Jesús y a su
mensaje.
Jesús
ha enseñado a entregar todo lo que se es y se tiene, comunicando sobreabundancia
de vida.
Judas ha
hecho siempre lo contrario: lo que pertenece a los otros lo ha tomado para sí,
anteponiendo siempre el propio interés al de los demás. Eligiendo la riqueza al
amor, Judas “no merece sino desprecio» (Cant 8,7).
Jesús pone
fin a la polémica de Judas e invita a este discípulo, que parece tener tan dentro
los problemas de los pobres, a no limitarse a hacer beneficencia con ellos, sino
a acogerlos en la comunidad: a los indigentes no se ha de dar limosna, sino
entregarse uno mismo.
Judas
había protestado afirmando que era conveniente dar aquellos dineros a los
pobres.
Jesús
le advierte que los necesitados no deben ser objeto de una actividad caritativa
de la comunidad, sino los componentes de la misma: -Los pobres los tenéis
siempre entre vosotros» (Jn 12,8).
Judas, no
pudiendo apoderarse ahora de los “trescientos denarios” de perfume, intervendrá
más tarde vendiendo a Jesús por “treinta monedas de plata” (Mt 26,15), el precio de un esclavo (Éx 21,32).
No hay comentarios:
Publicar un comentario