En
todos los momentos más delicados de la actividad de Jesús, aparecen los
fariseos.
Incansables
vigilantes de la ortodoxia, estos espían toda apariencia de libertad de las
personas, que debe estar siempre sometida al ordenamiento religioso.
El
escándalo de este banquete de Jesús con los pecadores, donde no se hace
diferencia alguna entre puros e impuros, suscita la indignación de los fariseos
que, con ira, se vuelven a los discípulos de Jesús: -¿Por qué razón come vuestro
maestro con los recaudadores y descreídos? .. (Mt 9,11).
La pregunta
de los fariseos, en realidad, sirve solamente para acusar a Jesús, «un comilón
y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos » (Mt 11,19), de ser un
hombre inmundo, un maestro que transmite impureza a sus discípulos.
Antes de
que éstos puedan dar una respuesta, interviene Jesús que replica de este modo a
los fariseos: “No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que
se encuentran mal .. (Mt 9,12).
Jesús, manifestación
visible del amor de Dios, no se otorga a los fuertes como un premio por su buena
conducta, sino a los débiles como fuerza vital.
El
Señor rechaza la idea de una religión, tal y como la conciben los fariseos, que
ve en el pecador un apestado que hay que evitar. Dios no actúa según los
méritos de los hombres, sino según sus necesidades.
Para
Jesús, las normas que impiden a los impuros acercarse a Dios son insensatas: sería
como prohibir al que está mal, porque está enfermo, recurrir al médico.
Mientras
los sacerdotes enseñan que el hombre pecador debe ofrecer a Dios un sacrificio
para obtener el perdón de los pecados, Jesús es el Dios que se ofrece al
pecador y se sacrifica para restituirle la plenitud de vida.
En
cuanto a los “sanos”, imagen de los fariseos que creen merecer el amor de Dios,
gracias a la acumulación de prácticas religiosas, éstos no tienen nada que ver
con Jesús, venido a buscar a los excluidos de la salvación.
La mesa
de Jesús con los pecadores no es el lugar para los piadosos fariseos y el Señor
los invita a salir de la casa donde se está celebrando la fiesta del amor
gratuito.
A éstos
Jesús ofrece, sin embargo, una posibilidad de conversión, y la invitación a
salir de la casa va acompañada del mandato de aprender: “Id mejor a aprender lo
que significa” misericordia quiero y no sacrificios. (Os 6,6): porque no he
venido a invitar justos, sino pecadores» (Mt 9,13).
Jesús
invita a los fariseos, que se consideraban “justos” gracias a la escrupulosa
práctica de todas las prescripciones de la Ley, a aprender que Dios no reclama
un culto hacia él (los “sacrificios”), sino la prolongación de su amor a todos los hombres (la “misericordia”).
En su
invitación, Jesús se remonta a una frase de Oseas (6,6), el profeta que había
elaborado por primera vez la imagen teológica de un Dios que no concede el
perdón al pueblo porque se haya convertido, sino que lo perdona para que se
convierta.
El
consejo dado por Jesús a los fariseos no será seguido, y éstos, en lugar de ir
a “aprender lo que significa misericordia” .. , irán a aconsejarse sobre cómo
tender un lazo a Jesús, para cogerlo en un error y tener un motivo para
denunciarlo (Mt 22,15).
El
Señor se volverá, pues, de nuevo a ellos con palabras de reproche, recordando
la invitación hecha: “Si comprendierais lo que significa “misericordia quiero y
no sacrificios” (Os 2,2) no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el
Hombre es señor del precepto .. (Mt 12,7).
Cuantos
permanecen ligados al concepto del sacrificio a Dios terminan después
sacrificando a las personas y son excluidos del reino de la misericordia, donde
“los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera” (Mt 21,31).
Jesús
está todavía hablando de “pecadores” y es interrumpido por los “justos”. Son
los discípulos de Juan el Bautista que se encaran con él protestando: “Nosotros
y los fariseos ayunamos a menudo, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan? » (Mt 9,14).
Mientras
Jesús y sus discípulos celebran la vida comiendo con los publicanos y los
pecadores, los discípulos de Juan y los fariseos son de hecho presentados en un
contexto de muerte, como es el ayuno.
La
comida une a Jesús y a los pecadores; el ayuno une a los discípulos de Juan con
los fariseos, cuya ostentosa práctica ascética enmascara el intento homicida
que encubren contra Jesús.
Los discípulos
de Juan, incluso considerándose seguidores del Bautista, en realidad no siguen a
su maestro que había definido a los fariseos “raza de víboras” (Mt 3,7), esto es,
portadores de muerte.
En su réplica,
Jesús afirma que la cuestión está mal planteada: no se trata del deber de ayunar,
sino de poder hacerla o no.
Los discípulos
de Jesús no ayunan, porque no pueden hacerla: .¿Pueden estar de luto los amigos
del novio mientras el novio está con ellos? “ (Mt 9,15).
Jesús
equipara el ayuno a estar de luto, porque ambas cosas son manifestaciones de
muerte incompatibles con la presencia del Señor que, como un esposo, es
portador de plenitud de vida.
Y Jesús
añade: -Nadie echa una pieza de paño sin estrenar a un manto pasado, porque el
remiendo tira del manto y deja un roto peor. (Mt 9,16).
En la
nueva alianza no se pueden conservar los métodos de la antigua, aunque sean
venerables.
No
puede existir ninguna continuidad entre lo viejo y lo nuevo y cualquier
tentativa de armonización (remiendo) está destinada a empeorar la situación y a
fracasar.
Jesús
invita a los discípulos de Juan a abandonar sin ninguna nostalgia las formas
religiosas del pasado, porque, si no son capaces de hacerla, no podrán nunca
gustar la novedad traída por él y permanecerán ligados a prácticas que, como el
ayuno, -son cosas todas destinadas a desaparecer, según las consabidas
prescripciones y enseñanzas humanas » (Col 2,22).
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