8/01/2013

EL BANQUETE DE LOS PECADORES (Mt 9,9-17). Y aquellos que ayunan.



En todos los momentos más delicados de la actividad de Jesús, aparecen los fariseos. 

Incansables vigilantes de la ortodoxia, estos espían toda apariencia de libertad de las personas, que debe estar siempre sometida al ordenamiento religioso. 

El escándalo de este banquete de Jesús con los pecadores, donde no se hace diferencia alguna entre puros e impuros, suscita la indignación de los fariseos que, con ira, se vuelven a los discípulos de Jesús: -¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y descreídos? .. (Mt 9,11). 

La pregunta de los fariseos, en realidad, sirve solamente para acusar a Jesús, «un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos » (Mt 11,19), de ser un hombre inmundo, un maestro que transmite impureza a sus discípulos. 

Antes de que éstos puedan dar una respuesta, interviene Jesús que replica de este modo a los fariseos: “No sienten necesidad de médico los que son fuertes, sino los que se encuentran mal .. (Mt 9,12). 

Jesús, manifestación visible del amor de Dios, no se otorga a los fuertes como un premio por su buena conducta, sino a los débiles como fuerza vital. 

El Señor rechaza la idea de una religión, tal y como la conciben los fariseos, que ve en el pecador un apestado que hay que evitar. Dios no actúa según los méritos de los hombres, sino según sus necesidades.
Para Jesús, las normas que impiden a los impuros acercarse a Dios son insensatas: sería como prohibir al que está mal, porque está enfermo, recurrir al médico. 

Mientras los sacerdotes enseñan que el hombre pecador debe ofrecer a Dios un sacrificio para obtener el perdón de los pecados, Jesús es el Dios que se ofrece al pecador y se sacrifica para restituirle la plenitud de vida. 

En cuanto a los “sanos”, imagen de los fariseos que creen merecer el amor de Dios, gracias a la acumulación de prácticas religiosas, éstos no tienen nada que ver con Jesús, venido a buscar a los excluidos de la salvación. 

La mesa de Jesús con los pecadores no es el lugar para los piadosos fariseos y el Señor los invita a salir de la casa donde se está celebrando la fiesta del amor gratuito. 

A éstos Jesús ofrece, sin embargo, una posibilidad de conversión, y la invitación a salir de la casa va acompañada del mandato de aprender: “Id mejor a aprender lo que significa” misericordia quiero y no sacrificios. (Os 6,6): porque no he venido a invitar justos, sino pecadores» (Mt 9,13). 

Jesús invita a los fariseos, que se consideraban “justos” gracias a la escrupulosa práctica de todas las prescripciones de la Ley, a aprender que Dios no reclama un culto hacia él (los “sacrificios”), sino la prolongación de su amor a todos los hombres (la “misericordia”).

En su invitación, Jesús se remonta a una frase de Oseas (6,6), el profeta que había elaborado por primera vez la imagen teológica de un Dios que no concede el perdón al pueblo porque se haya convertido, sino que lo perdona para que se convierta. 

El consejo dado por Jesús a los fariseos no será seguido, y éstos, en lugar de ir a “aprender lo que significa misericordia” .. , irán a aconsejarse sobre cómo tender un lazo a Jesús, para cogerlo en un error y tener un motivo para denunciarlo (Mt 22,15). 

El Señor se volverá, pues, de nuevo a ellos con palabras de reproche, recordando la invitación hecha: “Si comprendierais lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios” (Os 2,2) no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hombre es señor del precepto .. (Mt 12,7). 

Cuantos permanecen ligados al concepto del sacrificio a Dios terminan después sacrificando a las personas y son excluidos del reino de la misericordia, donde “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera” (Mt 21,31). 

Jesús está todavía hablando de “pecadores” y es interrumpido por los “justos”. Son los discípulos de Juan el Bautista que se encaran con él protestando: “Nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan? » (Mt 9,14). 

Mientras Jesús y sus discípulos celebran la vida comiendo con los publicanos y los pecadores, los discípulos de Juan y los fariseos son de hecho presentados en un contexto de muerte, como es el ayuno. 

La comida une a Jesús y a los pecadores; el ayuno une a los discípulos de Juan con los fariseos, cuya ostentosa práctica ascética enmascara el intento homicida que encubren contra Jesús. 

Los discípulos de Juan, incluso considerándose seguidores del Bautista, en realidad no siguen a su maestro que había definido a los fariseos “raza de víboras” (Mt 3,7), esto es, portadores de muerte. 

En su réplica, Jesús afirma que la cuestión está mal planteada: no se trata del deber de ayunar, sino de poder hacerla o no. 

Los discípulos de Jesús no ayunan, porque no pueden hacerla: .¿Pueden estar de luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? “ (Mt 9,15). 

Jesús equipara el ayuno a estar de luto, porque ambas cosas son manifestaciones de muerte incompatibles con la presencia del Señor que, como un esposo, es portador de plenitud de vida. 

Y Jesús añade: -Nadie echa una pieza de paño sin estrenar a un manto pasado, porque el remiendo tira del manto y deja un roto peor. (Mt 9,16). 

En la nueva alianza no se pueden conservar los métodos de la antigua, aunque sean venerables. 

No puede existir ninguna continuidad entre lo viejo y lo nuevo y cualquier tentativa de armonización (remiendo) está destinada a empeorar la situación y a fracasar. 

Jesús invita a los discípulos de Juan a abandonar sin ninguna nostalgia las formas religiosas del pasado, porque, si no son capaces de hacerla, no podrán nunca gustar la novedad traída por él y permanecerán ligados a prácticas que, como el ayuno, -son cosas todas destinadas a desaparecer, según las consabidas prescripciones y enseñanzas humanas » (Col 2,22).

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