8/12/2013

LA PARÁBOLA DE LOS SEIS HERMANOS (Lc 16,19-31). El alimento de los ricos.



La descripción del más allá, dada por el evangelista, corresponde a la que se encuentra en el libro de Henoc, apócrifo que tuvo mucha importancia en la iglesia de los primeros siglos. 

Según la concepción bíblica, con la muerte, todos, buenos y malos, descienden a ultratumba (“una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable”, Ecl 9,2), pero, mientras los malvados se precipitan en la parte tenebrosa del Hades, los justos residen en la zona luminosa, la superior, que Lucas llama «seno de Abrahán”. 

La sentencia con la que Jesús excluye al rico de la vida está motivada por el hecho de que éste ha excluido a Lázaro de la suya. 

Dominado por sus placeres, el rico nunca se había dado cuenta de que en la puerta de su casa yacía un pobre «deseoso de llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico” (Lc 16,21). 

Solamente ahora, aunque demasiado tarde, el rico percibe la presencia de Lázaro, el miserable al que, durante toda su vida, había ignorado; sólo ahora reconoce que él y el mendigo eran hermanos, por ser descendientes del común “Padre Abrahán”. 

El rico autosuficiente tiene ahora necesidad de los dos, del Padre Abrahán y del hermano Lázaro. 

Pero la mentalidad de los ricos es que todo se les debe; por esto también en este momento el rico no suplica a Abrahán, sino que le exige; no pide a Lázaro, sino que manda en una actitud autoritaria que es subrayada por los verbos que el evangelista pone en imperativo: “Ten piedad de mí; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua ... » (Lc 16,24). 

El rico se ha dado cuenta, al fin, de la existencia de Lázaro, pero sólo para usado en ventaja propia. Incluso en el más allá sigue siendo dominado egoístamente por sus propios intereses.

El rico pide a Abrahán enviar a Lázaro a casa de su padre, para que "prevenga» a sus cinco hermanos (Lc 16,28). 

No pide que envíe a Lázaro a todo el pueblo, sino solamente a su familia. 

Y Abrahán le imparte una lección de catecismo, corrigiendo la teología farisea que veía en los ricos benditos, y en los pobres malditos de Dios: “Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora éste encuentra consuelo y tú padeces» (Lc 16,25). 

Es, sin embargo, tarde para poner remedio, porque, añade Abrahán, la misma inmensa sima que existía entre el rico y el pobre en la tierra existe también en el más allá: “Entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera, nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros». (Lc 16,26). 

El rico y el pobre, incluso cercanos físicamente en la tierra, pertenecían a dos mundos completamente diversos, sin otra relación que la de la explotación del uno por el otro: “El asno salvaje es presa del león, el pobre es pasto del rico» (Eclo 13,19).

Ahora la suerte se ha cambiado, el rico que pertenecía a la alta sociedad es precipitado a la profundidad del Hades, mientras que el mendigo es colocado en alto. 

Abrahán responde escéptico a la demanda del rico de enviar a Lázaro a sus cinco hermanos. Lo que éstos debían conocer lo sabían ya: "Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen» (Lc 16,29). 

Moisés ha legislado claramente a favor de los pobres ("Si  hay entre los tuyos un pobre, un hermano tuyo, en una ciudad tuya, en esa tierra tuya que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre», (Dt 15,7), Y los textos proféticos son una continua denuncia de la opresión del pobre y una incesante llamada al rico para "partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo» (Is 58,7; Am 8,4-7). 

En la parábola dirigida a los fariseos, los perfectos observantes, Jesús denuncia que son precisamente éstos los primeros en transgredir la Ley de Moisés, cuando ésta va en contra de su conveniencia. Están todo el día con los ojos en la Biblia, pero la leen sin comprender, honran al Señor con los labios mientras su corazón está lejos de él. 

Pero el rico, que no ha creído ni a Moisés ni a los Profetas, insiste y pide una señal extraordinaria que obligue a sus hermanos a creer y a convertirse: "Si uno que ha muerto fuera a vedas, se enmendarían» (Lc 16,30). 

La parábola concluye con el escepticismo del Padre Abrahán, que trunca el diálogo diciendo al rico: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no se dejarán convencer, ni aunque uno resucite de la muerte» (Lc 16,31). 

Con estas palabras Jesús advierte a los fariseos que ni siquiera su victoria sobre la muerte los convencerá”.
Cuantos son incapaces de compartir su pan con el hambriento no conseguirán nunca creer en el Resucitado, reconocible solamente en “el partir del pan” (Lc 24,35).

No hay comentarios:

Publicar un comentario