La
descripción del más allá, dada por el evangelista, corresponde a la que se
encuentra en el libro de Henoc, apócrifo que tuvo mucha importancia en la
iglesia de los primeros siglos.
Según
la concepción bíblica, con la muerte, todos, buenos y malos, descienden a
ultratumba (“una misma suerte toca a todos: al inocente y al culpable”, Ecl
9,2), pero, mientras los malvados se precipitan en la parte tenebrosa del Hades,
los justos residen en la zona luminosa, la superior, que Lucas llama «seno de Abrahán”.
La
sentencia con la que Jesús excluye al rico de la vida está motivada por
el hecho de que éste ha excluido a Lázaro de la suya.
Dominado
por sus placeres, el rico nunca se había dado cuenta de que en la puerta de su
casa yacía un pobre «deseoso de llenarse el estómago con lo que caía de la mesa
del rico” (Lc 16,21).
Solamente
ahora, aunque demasiado tarde, el rico percibe la presencia de Lázaro, el
miserable al que, durante toda su vida, había ignorado; sólo ahora reconoce que
él y el mendigo eran hermanos, por ser descendientes del común “Padre Abrahán”.
El rico
autosuficiente tiene ahora necesidad de los dos, del Padre Abrahán y del hermano
Lázaro.
Pero la
mentalidad de los ricos es que todo se les debe; por esto también en este momento
el rico no suplica a Abrahán, sino que le exige; no pide a Lázaro, sino que manda
en una actitud autoritaria que es subrayada por los verbos que el evangelista pone
en imperativo: “Ten piedad de mí; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un
dedo y me refresque la lengua ... » (Lc 16,24).
El rico
se ha dado cuenta, al fin, de la existencia de Lázaro, pero sólo para usado en ventaja
propia. Incluso en el más allá sigue siendo dominado egoístamente por sus propios
intereses.
El rico
pide a Abrahán enviar a Lázaro a casa de su padre, para que "prevenga» a sus
cinco hermanos (Lc 16,28).
No pide
que envíe a Lázaro a todo el pueblo, sino solamente a su familia.
Y Abrahán
le imparte una lección de catecismo, corrigiendo la teología farisea que veía
en los ricos benditos, y en los pobres malditos de Dios: “Hijo, recuerda que en
vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora éste encuentra consuelo
y tú padeces» (Lc 16,25).
Es, sin
embargo, tarde para poner remedio, porque, añade Abrahán, la misma inmensa sima
que existía entre el rico y el pobre en la tierra existe también en el más allá:
“Entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera, nadie
puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros». (Lc
16,26).
El rico
y el pobre, incluso cercanos físicamente en la tierra, pertenecían a dos mundos
completamente diversos, sin otra relación que la de la explotación del uno por
el otro: “El asno salvaje es presa del león, el pobre es pasto del rico» (Eclo 13,19).
Ahora la
suerte se ha cambiado, el rico que pertenecía a la alta sociedad es precipitado
a la profundidad del Hades, mientras que el mendigo es colocado en alto.
Abrahán
responde escéptico a la demanda del rico de enviar a Lázaro a sus cinco hermanos.
Lo que éstos debían conocer lo sabían ya: "Tienen a Moisés y a los Profetas,
que los escuchen» (Lc 16,29).
Moisés ha
legislado claramente a favor de los pobres ("Si hay entre los tuyos un pobre, un hermano tuyo,
en una ciudad tuya, en esa tierra tuya que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas
el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre», (Dt 15,7), Y los textos proféticos
son una continua denuncia de la opresión del pobre y una incesante llamada al rico para "partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo»
(Is 58,7; Am 8,4-7).
En la parábola
dirigida a los fariseos, los perfectos observantes, Jesús denuncia que son precisamente
éstos los primeros en transgredir la Ley de Moisés, cuando ésta va en contra de su conveniencia. Están todo el día con los ojos en la Biblia, pero la
leen sin comprender, honran al Señor con los labios mientras su corazón está lejos
de él.
Pero el
rico, que no ha creído ni a Moisés ni a los Profetas, insiste y pide una señal extraordinaria
que obligue a sus hermanos a creer y a convertirse: "Si uno que ha muerto fuera a vedas, se enmendarían» (Lc 16,30).
La parábola
concluye con el escepticismo del Padre Abrahán, que trunca el diálogo diciendo
al rico: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no se dejarán convencer,
ni aunque uno resucite de la muerte» (Lc 16,31).
Con
estas palabras Jesús advierte a los fariseos que ni siquiera su victoria sobre
la muerte los convencerá”.
Cuantos
son incapaces de compartir su pan con el hambriento no conseguirán nunca creer
en el Resucitado, reconocible solamente en “el partir del pan” (Lc 24,35).
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