La
máxima aspiración de cuantos detentan el poder es conseguir dominar a las
personas por medio del arte de la persuasió.
Se
puede someter a uno infundiéndole miedo, pero incluso una persona débil de
carácter puede encontrar coraje para desafiar a un poderoso. Es posible
convertir a alguien en siervo comprándolo con la perspectiva de honores y riquezas,
pero incluso un ambicioso, en un arrebato de dignidad, puede librarse de esta
esclavitud renunciando a la codicia de poseer.
Pero
cuando, quien es oprimido, está convencido de que su condición de sumisión es
la mejor situación deseable, éste no buscará la libertad, sino que la verá como
un grave atentado a la propia seguridad.
Esto es
lo que enseña la historia del pueblo de Israel en su fatigoso camino hacia una
libertad más temida que deseada.
La dura
esclavitud egipcia privaba, es verdad, a los hebreos de la libertad, pero les
aseguraba «cebollas y ajos» (Nm 11,5) a su antojo.
No
teniendo otras perspectivas, los esclavos, a fuerza de comer cebollas y engullir
ajos, se habían convencido de ver dad de estar en el país de la dicha. Por esto
el éxodo hacia la tierra prometida está salpicado de protestas e insurrecciones contra Moisés que,
desmoralizado, a su vez, se lamenta continuamente al Señor.
La frustración
de Moisés es tal que prefiere la muerte a tener que conducir hacia la libertad
a un pueblo, que no tiene intención alguna de seguirlo (Nm 11,14-15).
La revuelta
más grave del pueblo ha visto levantarse contra Moisés a los mismos «jefes de la
asamblea, de buena reputación» , que se lamentan así: «¿No te basta con
habernos sacado de una tierra que mana leche y miel para damos muerte en el desierto?
.. (Nm 16,2.13).
“País que
mana leche y miel” es una expresión técnica con la que se indica siempre en la Biblia
a la tierra prometida (Éx 3,8).
La capacidad
de persuasión del poder ha sido fuerte hasta el punto de hacer creer a los hebreos
que la tierra donde ellos vivían como esclavos era, en realidad, el país de la libertad, y que ajos y cebollas tienen el mismo sabor que leche y miel.
Más que
maná, alimento dado por Dios, los hebreos seguían prefiriendo “el pescado que
comíamos de balde en Egipto, y los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos”,
constatando desilusionados que «ahora nuestros ojos no ven otra cosa que maná” (Nm
11,6).
Y si el
camino hacia la tierra prometida había durado tanto tiempo, se debió a la fuerte
resistencia del pueblo que deploraba la esclavitud y estaba continuamente tentado
de volver atrás: «¿No es mejor volvemos a Egipto?”Nombraremos un jefe y volveremos
a Egipto » (Nm 14,4).
La reticencia
de los hebreos a dejar Egipto se volvió proverbial y, según un dicho popular hebreo,
«a Dios le habría resultado más fácil hacer salir a los hebreos de Egipto que sacar a Egipto del corazón de los hebreos“.
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