9/09/2013

EL AMIGO DEL CÉSAR (Jn 18,28-40; 19,1-16). Advertencia Mafiosa.

                       Fue precisamente con ocasión de una masacre perpetrada por Poncio Pilato cuando Jesús se encontró casualmente con el prefecto romano.

                       La ruptura de jesús con la institución religiosa, denunciada por él como asesina, le había atraído el odio de los escribas y fariseos que "empezaron a acosarlo sin piedad y a tirarle de la lengua sobre muchas cuestiones, estando al acecho para cogerlo en algo con sus propias palabras" (Lc 11,53).

                       En este clima hicieron llegar a Jesús una noticia que tenía toda la traza de una intimidación. De hecho "en aquella ocasión algunos de los presentes le contaron que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían" (Lc 13,1).

                       La advertencia era clara. Jesús, el galileo, es invitado a cambiar de rumbo, porque, de lo contrario, tendrá el mismo fin de aquellos galileos matados por Pilato.

                       Pero Jesús no se deja intimidar y avisa a sus celosos informadores que serán ellos mismos ciertamente, si no cambian de vida, los que tendrán un mal final: "Os digo que si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también" (Lc 13,3).

                     Jesús se encontrará cara a cara con Pilato cuando sea arrestado.

                     La acusación contra Jesús es la de ser uno de tantos mesías, que regularmente se rebelaban contra Roma, un instigador que "solivianta al pueblo enseñando por todo el país judío, que comenzó por Galilea y ha llegado hasta aquí" (Lc 23,5).

                    Poncio Pilato ha participado en la captura de Jesús con el envío de casi un millar de soldados y, ahora, que lo tiene de frente, quiere saber en qué consiste su peligrosidad: "Eres tú el rey de los judíos" (Jn 18,33).

                    La pregunta expresa toda la sorpresa del prefecto romano, al encontrarse frente a un individuo que tiene de todo menos apariencia de rey.

                    Jesús trata de hacer comprender que su realeza no es como la que Pilato conoce, hecha de violencia y de dominación, sino que está al servicio de la verdad.

                    A Pilato no le interesa la verdad ("¿Qué es eso de la verdad?", Jn 18,38), sino el poder y, una vez que se ha asegurado de que Jesús no representa ningún peligro para el imperio, trata de liberarlo. Pero la resistencia de las autoridades religiosas hace vanas todas sus tentativas: cayendo en vacío incluso aquello de cambiar a Jesús por un bandido, Pilato lo hace escarnecer con un azote, el látigo que terminaba en garfios de hierro, que arrancaban la piel al condenado.

                  Reducido Jesús a puro coágulo de sangre, Poncio Pilato lo muestra a la multitud: el aspirante a rey de los judíos es un inofensivo rey trágicamente burlado.

                  Las autoridades religiosas, viendo fracasar la acusación política ("rey de los judíos", Jn 18,33), trasladan su denuncia al campo religioso, y ahora piden la muerte de Jesús "porque se ha hecho hijo de Dios" (Jn 19,7).

                 Esta denuncia alarma a Pilato ("cuando Pilato oyó decir aquello, sintió más miedo", Jn 19,8). El prefecto tiene pánico de encontrarse ante un ser celeste y, por ello, a tener que responder de su actuación a cualquier autoridad divina vengativa.

                Pilato interroga, por esto, a Jesús sobre su naturaleza.

                Pero Jesús no le responde.

                La afirmación de ser hijo de un dios habría jugado a su favor, pero el prefecto debe juzgar al hombre, que encuentra de frente y no a un ser divino.

                El silencio de Jesús no hace sino aumentar la turbación de Pilato que se refugia en la única certeza que tiene, la de su poder. Su inseguridad es traicionada por el énfasis airado con el que se vuelve a Jesús: "¿Te niegas a hablarme a mí? ¿No sabes que está en mi mano soltarte y está en mi mano crucificarte?" (Jn 19,10).

               Para Poncio Pilato la sentencia de muerte o de vida es independiente de la culpabilidad o no del imputado.

               Su elección se basará en la conveniencia y no en la inocencia de Jesús.

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