9/05/2013

EL CERDO Y LA ZORRA (Mt 2; Mc 6,14-16). Los Herodes.



Marcos y Juan lo ignoran. Lucas hace solamente una alusión de tipo cronológico. Mateo es el único evangelista que ha tratado a Herodes, pero lo ha hecho de modo tan incisivo que aquel rey de los judíos ha quedado impreso en el imaginario popular como la encarnación misma de la crueldad. 

Paradójicamente Herodes ha pasado a la historia por el único crimen que no cometió. De hecho, el episodio de la “matanza de los inocentes” es desconocido a los cronistas de la época, que no perdían ocasión para pintar a Herodes con hoscas tintas. 

No se trata de que Herodes no fuese capaz de ordenar la matanza de “todos los niños que estaban en Belén” (Mt 2,16): este rey quitó de en medio a todos los que, de verdad o no, trataban de arrebatarle el trono. 

Incluso definiéndose a sí mismo como “padre muy amoroso” (Guerra 1, 32, 2), Herodes no dudó en matar a una decena de sus familiares, entre los que había tres hijos: Antípatro (hijo de Doris), Alejandro y Aristóbulo, hijos de Mariamme, enviados como su madre al otro mundo. Cuando se supo que el rey había asesinado a sus mismos hijos, se hizo famoso el dicho: “Mejor ser un cerdo que hijo de Herodes”, basado en la prohibición para los hebreos de comer carne de cerdo y en la semejanza entre la palabra cerdo (que se escribe en griego byos) e hijo (en griego, byiós). 

La matanza de los niños en Belén es narrada sólo por Mateo, el evangelista que presenta la vida de Jesús bajo el cliché de la de Moisés. 

Moisés y Jesús, los libertadores del pueblo, son temidos como un peligro mortal por el potente de turno.
Escribe Mateo que, al anuncio del nacimiento del “recién nacido rey de los judíos», el rey Herodes “se sobresaltó” (Mt 2,1-2). 

El terror, que acompañó a Herodes durante toda su vida, estaba causado por el hecho de ser un rey ilegítimo. 

La Ley habla claro: puede ser rey de los judíos sólo quien tiene sangre hebrea: “Nombrarás rey tuyo a uno de tus hermanos, no podrás nombrar a un extranjero que no sea hermano tuyo” (Dt 17,15). 

Por las venas de Herodes no corre una sola gota de sangre judía. La madre, Cipro, es Nabatea, y el padre, Antípatro, gobernador de Idumea, región al sur de Israel, conquistada por los judíos, primero, y después, por los romanos. 

Hábil político, Antípatro no sólo supo obrar con destreza entre sus ocupantes, sino que consiguió hacer a Herodes, cuando apenas tenía quince años, gobernador de Galilea. 

Allí el joven aprendió a hacer honor a su nombre, que significa “héroe”, y rápidamente consiguió hacerse apreciar por su indudable coraje. Aprovechándose de las luchas intestinas que marcaron el fin de los asmoneos, los legítimos reyes de los judíos, Herodes consiguió luego hacerse nombrar rey.

Su reino comenzó y terminó bajo la bandera del exterminio mediante la eliminación de todo posible adversario. Flavio Josefo afirma que “sus víctimas fueron una infinidad, y, sin embargo, aquellos que lograron salvar su vida sufrieron padecimientos que no dejaban nada que envidiar a los asesinados” (Guerra 2, 6, 2).
Cuando Jesús nació, Herodes era ya septuagenario y estaba al final de un larguísimo reinado por el que se había ganado el apelativo de “El Grande”. 

La obsesión de que cualquiera pudiese derribado del poder seguía, sin embargo, alimentando sus fantasmas de rey viejo. 

Basándose en elementos históricos concretos, como el miedo de Herodes a perder el trono y su crueldad en defenderlo, Mareo construye la narración de la matanza de los niños de Belén de tal modo que cualquier lector pueda comprender que se trata de teología y no de historia. 

De hecho, Herodes el Grande, conocido por la astucia que le permitió reinar sin rival por casi medio siglo sobre los judíos, da la imagen de poco prevenido en el evangelio de Mateo. 

Alarmado por la noticia del nacimiento del nuevo rey, Herodes “convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo, y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: En Belén de Judea” (Mt 2,4). 

Incluso conociendo el lugar del nacimiento del Mesías, el rey no lanza tras él a sus sicarios en busca del recién nacido, sino que se confía a desconocidos extranjeros como eran “los magos venidos de Oriente», y los mandó a Belén encargándoles: “Averiguad exactamente qué hay de ese niño y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a rendirle homenaje» (Mt 2,1.8). 

Extrañamente Herodes, hombre receloso, que no se fiaba ni siquiera de sus hijos, no piensa en enviar espías tras los magos. Sólo cuando -se vio burlado por los magos, montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores- (Mt 2,16). 

El relato de Mateo es pretendidamente grotesco. Herodes, que en su larga existencia se había mofado de todos, ahora se ve burlado y ordena la matanza de los niños de Belén. Pero, como Moisés escapó a la matanza de todos los recién nacidos hebreos, querida por el faraón, así sucederá con Jesús.

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