Marcos
y Juan lo ignoran. Lucas hace solamente una alusión de tipo cronológico. Mateo
es el único evangelista que ha tratado a Herodes, pero lo ha hecho de modo tan
incisivo que aquel rey de los judíos ha quedado impreso en el imaginario
popular como la encarnación misma de la crueldad.
Paradójicamente
Herodes ha pasado a la historia por el único crimen que no cometió. De hecho,
el episodio de la “matanza de los inocentes” es desconocido a los cronistas de la
época, que no perdían ocasión para pintar a Herodes con hoscas tintas.
No se
trata de que Herodes no fuese capaz de ordenar la matanza de “todos los niños
que estaban en Belén” (Mt 2,16): este rey quitó de en medio a todos los que, de
verdad o no, trataban de arrebatarle el trono.
Incluso
definiéndose a sí mismo como “padre muy amoroso” (Guerra 1, 32, 2), Herodes
no dudó en matar a una decena de sus familiares, entre los que había tres
hijos: Antípatro (hijo de Doris), Alejandro y Aristóbulo, hijos de Mariamme,
enviados como su madre al otro mundo. Cuando se supo que el rey había asesinado
a sus mismos hijos, se hizo famoso el dicho: “Mejor ser un cerdo que hijo de Herodes”,
basado en la prohibición para los hebreos de comer carne de cerdo y en la
semejanza entre la palabra cerdo (que se escribe en griego byos) e
hijo (en griego, byiós).
La matanza
de los niños en Belén es narrada sólo por Mateo, el evangelista que presenta la
vida de Jesús bajo el cliché de la de Moisés.
Moisés
y Jesús, los libertadores del pueblo, son temidos como un peligro mortal por el
potente de turno.
Escribe
Mateo que, al anuncio del nacimiento del “recién nacido rey de los judíos», el
rey Herodes “se sobresaltó” (Mt 2,1-2).
El
terror, que acompañó a Herodes durante toda su vida, estaba causado por el
hecho de ser un rey ilegítimo.
La Ley
habla claro: puede ser rey de los judíos sólo quien tiene sangre hebrea: “Nombrarás
rey tuyo a uno de tus hermanos, no podrás nombrar a un extranjero que no sea
hermano tuyo” (Dt 17,15).
Por las
venas de Herodes no corre una sola gota de sangre judía. La madre, Cipro, es
Nabatea, y el padre, Antípatro, gobernador de Idumea, región al sur de Israel, conquistada
por los judíos, primero, y después, por los romanos.
Hábil
político, Antípatro no sólo supo obrar con destreza entre sus ocupantes, sino
que consiguió hacer a Herodes, cuando apenas tenía quince años, gobernador de
Galilea.
Allí el
joven aprendió a hacer honor a su nombre, que significa “héroe”, y rápidamente
consiguió hacerse apreciar por su indudable coraje. Aprovechándose de las
luchas intestinas que marcaron el fin de los asmoneos, los legítimos reyes de
los judíos, Herodes consiguió luego hacerse nombrar rey.
Su
reino comenzó y terminó bajo la bandera del exterminio mediante la eliminación
de todo posible adversario. Flavio Josefo afirma que “sus víctimas fueron una
infinidad, y, sin embargo, aquellos que lograron salvar su vida sufrieron padecimientos que no
dejaban nada que envidiar a los asesinados” (Guerra 2, 6, 2).
Cuando
Jesús nació, Herodes era ya septuagenario y estaba al final de un larguísimo
reinado por el que se había ganado el apelativo de “El Grande”.
La obsesión
de que cualquiera pudiese derribado del poder seguía, sin embargo, alimentando
sus fantasmas de rey viejo.
Basándose
en elementos históricos concretos, como el miedo de Herodes a perder el trono y
su crueldad en defenderlo, Mareo construye la narración de la matanza de los niños
de Belén de tal modo que cualquier lector pueda comprender que se trata de
teología y no de historia.
De
hecho, Herodes el Grande, conocido por la astucia que le permitió reinar sin
rival por casi medio siglo sobre los judíos, da la imagen de poco prevenido en
el evangelio de Mateo.
Alarmado
por la noticia del nacimiento del nuevo rey, Herodes “convocó a todos los sumos
sacerdotes y letrados del pueblo, y les pidió información sobre dónde tenía que
nacer el Mesías. Ellos le contestaron: En Belén de Judea” (Mt 2,4).
Incluso
conociendo el lugar del nacimiento del Mesías, el rey no lanza tras él a sus
sicarios en busca del recién nacido, sino que se confía a desconocidos
extranjeros como eran “los magos venidos de Oriente», y los mandó a Belén encargándoles:
“Averiguad exactamente qué hay de ese niño y, cuando lo encontréis, avisadme
para ir yo también a rendirle homenaje» (Mt 2,1.8).
Extrañamente
Herodes, hombre receloso, que no se fiaba ni siquiera de sus hijos, no piensa en
enviar espías tras los magos. Sólo cuando -se vio burlado por los magos, montó en
cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus
alrededores- (Mt 2,16).
El
relato de Mateo es pretendidamente grotesco. Herodes, que en su larga
existencia se había mofado de todos, ahora se ve burlado y ordena la matanza de
los niños de Belén. Pero, como Moisés escapó a la matanza de todos los recién
nacidos hebreos, querida por el faraón, así sucederá con Jesús.
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