9/14/2013

EL GEMELO DE JESÚS (Jn 20,1-29). El Papa y la Magdalena.

                   La otra única alusión con relación a María, la discípula originaria de Magdala (del hebreo migdal, "torre"), ciudad próxima a Tiberíades, se lee en el evangelio de Lucas donde, entre las mujeres que seguían al Señor, en primer lugar se coloca a "María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios" (Lc 8,2).

                   En el pasado, este personaje llamó la atención de un papa, Gregorio Magno que, en sus "Homilias al Evangelio" (2,33) produjo una gran confusión, fundiendo en María de Magdala tres mujeres bien diversas.

                  El papa identificó en ésta la anónima prostituta que perfumó los pies de Jesús (Lc 7,36-50), que, a su vez, sería María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro, también ella protagonista de la unción del Señor (Jn 12,1-3).

                  Los siete demonios de los que Jesús había librado a María de Magdala fueron identificados con la lujuria, que empujaba a esta mujer a prostituirse, y de este embrollo nació la figura, ausente en los evangelios, de la "Magdalena arrepentida", bocado goloso para los moralistas y artistas de todos los tiempos.

                  Esta imagen reductiva de María de Magdala no hace honor a la mujer que, en el evangelio de Juan, reviste el importante papel de la primera testigo y anunciadora de la resurrección de Jesús.

                  María es, de hecho, la primera persona que va al sepulcro de Jesús "por la mañana temprano, todavía en tinieblas" (Jn 20,1).

                  La indicación del evangelista no es cronológica (en Marcos es "al salir el sol", Mc 16,2), sino teológica. Según el lenguaje de Juan, las "tinieblas" indican una ideología contraria a la verdad: Jesús ha resucitado ya y, sin embargo, María, condicionada por la idea judía de la muerte, busca en una tumba "al autor de la vida" (Hch 3,15), y las tinieblas hacen ciertamente que un signo de vida (la piedra retirada del sepulcro) sea interpretado como una señal de muerte: "Se han llevado a mi Señor" (Jn 20,13).

                 Para María, el supulcro vacío no es un indicio de la resurrección de Jesús, sino del robo de su cadáver, y, por eso, permanece abatida cerca del sepulcro, llorando.

                 Mientras María, continúe llorando y dirigiendo su mirada hacia el sepulcro, no podrá encontrar al que está vivo.

                 Cuando finalmente deja de mirar al interior de la tumba y se vuelve atrás, ve a Jesús, pero , condicionada por la idea de la muerte como fin de todo, no reconoce al "Viviente" (Ap 1,18).

                 Entonces Jesús toma la iniciativa y le pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras? (Jn 20,15).

                 La pregunta no es una petición de información, sino un intento de demostrar la inutilidad de su llanto. Además Jesús le pregunta: "¿A quién buscas?" (Jn 20,15). Si busca al "Viviente" no puede encontrarlo en el lugar de la muerte ("¿Por qué buscáis entre los muertos a quien vive?" Lc 24,5).

                 Jesús, pues, llama a la discípula como el pastor llama a sus ovejas, por su nombre: ¡María! (Jn 10,3).

                 Ella, volviéndose, lo reconoce al fin y "le dice en su lengua: "Rabbuni", (que quiere decir "Maestro", Jn 20,16).

                La acción de María de volverse, subrayada por el evangelista por dos veces, no indica tanto un comportamiento físico cuanto espiritual, y es signo de la conversión indispensable para el encuentro con el resucitado.

                Cuando María deja de volverse al pasado, percibe la realidad del presente y el Señor la puede enviar a los otros discípulos: "Ve a decirles a mis hermanos: -Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20,17).

                 La acción de "anunciar", prerrogativa exclusiva de los ángeles, anunciadores de las cosas de Dios, es en los evangelios tarea de María de Magdala.

                 Aquella que, en cuanto mujer, era considerada el ser más lejano de Dios, es invitada por Jesús a realizar la misma acción de los ángeles, los seres más cercanos al Señor.

                 La mujer, que la Biblia define "más trágica que la muerte" (Eclo 7,26), será la primera testigo de la vida: "María fue anunciando a los discípulos: He visto al Señor en persona" (Jn 20,18).

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