9/11/2013

EMINENCIA GRIS (Jn 11,46-53; 18,19-24). El Gran Viejo.

                 Declaradamente filo-romano, Anás fue nombrado sumo sacerdote por el legado de Siria, Quirino, el año 6 d.C y estuvo en el cargo durante los primeros años de la vida de Jesús.

                 Aunque fue destituido el año 15, Anás fue la eminencia gris que continuó rigiendo la línea del poder, manipulando la elección de los sumos sacerdotes que, mira qué casualidad, eran todos familiares suyos.

                 Las intrigas con las que Anás había conservado el poder se habían hecho proverbiales. Había conseguido nombrar sumos sacerdotes a cinco hijos suyos, "un hecho que no había sucedido nunca a ninguno de nuestros sumos sacerdotes" (Antigüedades 20, 198) y había continuado gestionando el poder a través de su yerno Caifás y su sobrino Matías.

                En un texto del Talmud se encuentra el eco de una protesta popular contra el exceso de poder de las familias sacerdotales que parece el retrato de Anás y de su clan: "Éstos son los sumos sacerdotes, cuyos hijos son tesoreros, sus hermanos administradores y sus siervos tratan a la gente a puntapiés" (Pes. B. 57a).

               Incluso cuando el sumo sacerdote reconocido era Caifás, el viejo Anás continuaba teniendo firmemente las riendas del poder. Por esto era siempre nombrado en primer lugar como sumo sacerdote ("los sumos sacerdotes Anás y Caifás", Lc 3,2; Hch 4,6) y, cuando Jesús fue arrestado, no fue conducido inmediatamente a casa de Caifás, sino de Anás.
             Cuando se encontró de frente al individuo acusado de "amotinar a nuestra nación" (Lc 23,2), Anás no mostró interés alguno por el hombre que, dentro de poco, sería matado; lo que preocupaba al diestro sumo sacerdote era el mensaje de Jesús, que, como vino nuevo, corría el peligro de romper los venerables odres de las tradiciones sobre las que se apoyaba el poder sacerdotal.

             El sumo sacerdote había comprendido que no bastaba con eliminar a Jesús, sino que era necesario sofocar la "buena noticia".

             Por esto, una vez quitado de enmedio Jesús, Anás hizo arrestar a sus discípulos y, como presidente del Consejo, los intimidaría: "¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar sobre esa persona? En cambio, habéis llenado Jerusalén de vuestra enseñanza y pretendéis hacernos responsables de la sangre de ese hombre" (Hch 5,28).

             Anás, "interrogó a Jesús respecto a sus discípulos y su doctrina". Pero Jesús que, en el momento del prendimiento, se había ofrecido a cambio de los suyos ("Pues si me buscáis a mí, dejad que se marchen éstos", Jn 18,8), se niega a ofrecer información alguna sobre sus discípulos.

             Por lo que toca a su doctrina responde: "¿Por qué me preguntáis a mí? Pregúntales a los que me estuvieron escuchando de qué les he hablado. Ahí los tienes, ésos sabes lo que he dicho. Apenas dijo esto, uno de los guardias presentes dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así le contestas al sumo sacerdote?" (Jn 18,21-22).

             El único argumento del poder es la violencia, pero el poder de Anás es importante frente a la libertad de Jesús. Libertad que Jesús trata de proponer incluso al guardia que, esclavo del poder, le ha abofeteado para complacer a su propio amo.

              Jesús intenta hacer pensar con la cabeza al guardia: "Si he faltado en el hablar, declara en qué está la falta; pero, si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?" (Jn 18,23).

              Anás comprende la extrema peligrosidad de este hombre que invita a los sometidos a tener una opinión diferente de aquella de los que le mandan y, sin dar tiempo al guardia a razonar, hace atar todavía más fuerte a Jesús y lo envía a su yerno.

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