9/04/2013

UN CASO DESESPERADO (Lc 18,9-14; 19,1-10). El intocable.

                     En los evangelios se pone de relieve la indudable predilección de Jesús hacia los recaudadores, grupo de personas considerado símbolo de la clase despreciada del mundo religioso.

                     De hecho, en el círculo de seguidores de Jesús se encontrarán recaudadores, pero no habrá ningún fariseo.

                     En el evangelio de Lucas, el primer individuo que Jesús invita expresamente a seguirlo es ciertamente "un recaudador llamado Leví" (Lc 5,27). A la reacción escandalizada de los escribas y fariseos, Jesús responde que no "ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan" (Lc 5,32).

                     El mismo escándalo estallará cuando, entre Jesús en Jericó a casa del jefe de recaudadores.

                     Ironía del destino. Sus padres le habían impuesto a éste el nombre de Zaqueo (hebr. Zakkai), que significa "puro", pero la profesión elegida por él lo había convertido en el impuro por excelencia.

                     El caso de Zaqueo es un caso desesperado.

                     Considerado una sanguijuela y un traidor por sus connacionales, la religión lo estima alguien intocable que vuelve inmundo a todo el que lo toca, incluida la casa donde habita.

                     Pero Zaqueo no sólo es publicano, es también rico. 

                     Mientras que Jesús "siendo rico, si hizo pobre" (2 Cor 8,9), Zaqueo, al contrario, se ha enriquecido empobreciendo a la gente y el Señor ha declarado que, para los ricos, no hay esperanza alguna de poder entrar en el reino de Dios, porque "es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que no en que entre un rico en el reino de Dios" (Lc 18,25).

                    Escribe el evangelista que Zaqueo "trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura" (Lc 19,4).

                    La anotación de Lucas no se refiere a los centímetros de altura de Zaqueo, sino a su bajeza moral.

                    Los ricos no están a la altura de Jesús y la riqueza acumulada por Zaqueo, es un obstáculo que le impide verlo.

                    "Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: - Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa" (Lc 19,5).

                   Zaqueo pensaba tener que subir para ver a Jesús. El Señor lo invita a descender.

                   La alegría de Zaqueo, "que bajó enseguida y lo recibió muy contento" (Lc 19,6) es un eco de aquella otra del pastor que "reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: -¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la oveja que se me había perdido" (Lc 15,6).

                   Pero la alegría de Jesús y de Zaqueo no es compartida por los presentes.

                   Habituados a juzgar según los criterios de la religión, murmuran horrorizados: "Ha entrado en casa de un pecador" (Lc 19,7).

                   Para éstos, Jesús ha contraído impureza, entrando en casa del recaudador.

                   Para el evangelista, la presencia de Jesús en la casa de Zaqueo purifica al recaudador que, de hecho, declara: "La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces" (Lc 19,8).

                  El libro del Levítico prescribía que, en caso de fraude, había que restituir el importe sustraído añadiéndole una quinta parte (Lv 5,20-26).

                 Pero Zaqueo va más allá de cuanto prescribe la Ley de Moisés y se empeña en restituir cuatro veces más la cantidad del importe robado.

                 La acogida de Jesús ha costado cara a Zaqueo, que ahora ya no es rico. El recaudador ha comprendido que "hay más dicha en dar que en recibir" (Hch 20,35) y hace partícipe de sus bienes a cuantos están necesitados.

                  Jesús había dicho que "era difícil a los que tienen el dinero entrar en el reino de Dios " (Lc 18,24).

                  Una vez que Zaqueo se ha desembarazado de las riquezas ha entrado en la bienaventuranza del reino ("Dichosos vosotros los pobres, porque tenéis a Dios por rey", Lc 6,20) y Jesús puede declarar: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán" (Lc 19,9).

                  Es la única vez que habla Jesús de "salvación" en el evangelio.

                  Él, que había sido anunciado por el ángel del Señor a los pastores como "el Salvador" (Lc 2,11), confirma que es tarea del Hijo de Dios "buscar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

                  Salvación que él concede inmediatamente, "hoy", como hará con el bandido crucificado con él ("Hoy estarás donmigo en el paraíso", Lc 23,43).

                  El comportamiento de Jesús con el recaudador no resultaría grato a la rígida iglesia primitiva.

                  La severa práctica penitencial, que imponía a los paganos abandonar ciertos oficios, por no estar al unísono con la dignidad del cristiano, se chocaba con la salvación concedida por Jesús a un recaudador que seguiría ejerciendo su oficio.

                  Medió la tradición encontrando un nuevo empleo para Zaqueo, oportunamente nombrado por Pedro, obispo de Cesarea (Ps. Clem. Hom. 3.63,1).

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